Cuando Educamos siempre Asistimos
Nos proponemos reflexionar alrededor de un gran interrogante que siempre está latente en nuestro quehacer profesional. Puntualmente nos preguntamos. Sí los complejos y diversos contextos socio familiares: ¿Exacerban el presunto dilema de asistir o educar, o en todo caso, genera la responsabilidad de asistir y educar?
En principio sabemos que la respuesta no es ni fácil ni única, entre otras cosas, por la singularidad de nuestra tarea; las particularidades e idiosincrasias de las distintas instituciones en donde nos desempeñamos, las nuevas tendencias pedagógicas y también, por nuestras propias circunstancias y limitaciones.
Es importante destacar que partimos de la premisa que considera a la primera infancia, o sea a nuestros alumnos, como singulares y producto de nuestra sociedad, y en este contexto, al aprendizaje como un proceso complejo y multifacético, impregnado de diversos aspectos de los cuales el que está referido a su dimensión humana es una de los más relevantes.
En este sentido, consideramos a la infancia como una construcción socio cultural completamente distante del pensamiento disciplinador y moldeante de Durkheim, en donde, según aquel, la escuela corrige el estado natural primitivo del hombre como si fuera una tabula rasa. Muy por el contrario, creemos que el hombre pasa de individuo a persona cuando se reconoce como algo complejo y no sólo como un ente de constitución natural, ya que él, es el único ser que comprende su propia existencia, por lo tanto puede crear y recrear valores y cultura que orienten sus acciones hacia ella. En definitiva, el término persona es mucho más abarcador, incluyente y representativo de lo humano que el de individuo, porque implica, entre otras cosas, la idea de un yo que es la conciencia de sí mismo y de los demás.
De acuerdo a lo precedente”: Corsaro (1997) afirma que la perspectiva sociológica,
Debe considerar no sólo las adaptaciones e internalizaciones de los procesos de socialización, sino también los procesos de apropiación, reinvención y reproducción realizados por los niños. Esta visión de la socialización considera la importancia del colectivo: cómo los niños negocian, comparten y crean culturas con los adultos y con sus pares. Eso implica negar el concepto de niño como receptáculo pasivo de las doctrinas de los adultos (James & Prout, 1997).”
Continuando con la idea anterior, para nosotros, está prácticamente fuera de discusión considerar a la persona como un “ser” que es producto de una construcción ínter vincular, en donde nos vamos conociendo y relacionando con los “otros”. Esos “otros” son los que cuando nacemos nos encauzan y sumergen en un mundo simbólico con determinadas pautas culturales que fueron construyendo desde siempre, para que a partir de ellas, entendamos, interpretemos y hasta modifiquemos la realidad que nos toca vivir y que en definitiva nos termina identificando, en este particular, el autor Baquero sostiene: “No hace tanto, publicamos un libro con Castorina donde analizábamos como tanto en la teoría piagetiana, como en la vigotskiana, hay presentes posiciones muy firmes de lo que podríamos llamar el interaccionismo fuerte, que nos impide reducir el desarrollo a un proceso individual”
Para los que nos desempeñamos en el ámbito educativo, este tópico no nos puede ser indiferente ¿por qué lo sostenemos? porque debemos cuestionar seriamente a quienes sostienen y dudan de la supuesta educabilidad de los sectores populares, porque de esa manera nos involucran en un falso dilema, como lo es: educar o asistir.
Este posicionamiento antinómico y presuntamente incompatible, debe ser cuestionado fuertemente, porque de no hacerlo, se puede convertir en extorsivo como sostiene Estanislao Antelo, porque enseñar es también asistir cuidar y amparar. Asimismo , y a través de dicho autor, Todorov manifiesta que cuidar al otro es una virtud cotidiana porque uno se consagra al otro y de esa manera se enriquece. Muy por el contrario del precepto individualista, que tiende a exacerbar cierta autonomía narcisista. Por ultimo, también compartimos la idea del autor respecto del necesario equilibrio entre la autonomía y la heteronomia.
Por lo precedente, consideramos que hay que refutar a aquellos que limitan y asocian el éxito y/o el fracaso escolar a la pertenencia económica social y cultural de “nuestros” alumnos a un determinado “modelo” de familia tradicional que hoy no es el único, por el contrario, aquel modelo único y reconocido de familia, persiste y coexiste hoy con una heterogénea diversidad social que la institución escolar no puede desconocer. Recordemos que nuestras expectativas sobre los desempeños de los alumnos pueden condicionar muchas de nuestras acciones y valoraciones.
De acuerdo a lo sostenido hasta aquí, no dudamos en cuestionar la supuesta neutralidad pedagógica, es más, consideramos que debemos reforzar nuestra responsabilidad profesional de educar y asistir. En síntesis, seguimos “apostando” a la educación e implicándonos en ella sin desconocer el complejo socio familiar de los sectores más vulnerables ( madres adolescentes, familia monoparentales y perdida de soberanía alimentaria). Por el contrario, esas características deberán ser objeto de “problematización” para que a partir de ello, la comunidad educativa resignifique su Proyecto Educativo y contemple en éste tal cuestión, pero no como un mero diagnostico, sino, como un verdadero desafío a abordar institucionalmente. En este particular consideramos que es pertinente recordar los aportes de Connell, quien sostiene que el Currículo debe ser común, los contenidos deben contemplar la diversidad, pero reconociendo diferencias y cotidianeidades de los destinatarios porque solo así alcanzamos la “justicia curricular”.Por último, creemos que reconociendo y afrontando los problemas sociales, nuestros niños podrán recibir una “asistencia y educación” que los reconozca plenamente.