Son tan complejos los sucesos acontecidos últimamente en los distintos establecimientos educativos que los abordaremos tratando de no caer en el reduccionismo mediático. Para ello, apelaremos a la prudencia, virtud aristotélica que media entre los extremos por exceso o por defecto, o sea entre la temeridad y la cobardía discursiva.
Porque esta introducción, porque nuevamente aparecen en los medios, distintas escenas de violencia en las escuelas que nos interpelan a todos en general y a los docentes en particular. Ante ello creemos que estigmatizar a los jóvenes como violentos o circunscribir la violencia al ámbito escolar, es para nosotros una falacia porque consideramos que la violencia escolar no esta disociada de la violencia social.
Recordemos que la escuela originariamente fue concebida como una institución social homogeinizadora, dotada de autoridad, que en nuestro país fue singular por el proceso inmigratorio que protagonizó. En aquella escuela, la formación en valores sociales e instrucción académica era unívoca e indiscutible, la escuela de esa forma se presentaba como un factor cohesionador cuyo mandato socioeducativo era uniforme. Hoy ese modelo esta en crisis, porque lo que cambió básicamente fue el contexto sociocultural.
A los efectos de tomar algunas categorizaciones de análisis que reflejen fehacientemente aquel contexto, referenciamos las desarrolladas por la profesora “Adriana Puiggrós. En ellas, se puede observar que mucha de la literatura sociológica que procuró describir aquel momento histórico clasificó como "normalizadores" a una serie de pedagogos tanto laicos como católicos que hacia fines del siglo pasado impusieron un modelo de enseñanza-aprendizaje, que tendría vastas repercusiones hasta nuestros días. La autora, al realizar esa distinción, toma la noción de normalización del filosofo francés Michel Foucault, y argumenta que esa pedagogía se basó en la creación de una norma o cuadrícula general, en términos de la cual se podía “medir” a cada uno de los individuos e identificar si cada uno de ellos cumplía con la misma o se desviaba del parámetro común”.
Para continuar con el análisis, es dable considerar que aquella escuela tenía un escenario social estable y previsible, con una cierta homogeneidad de actores y un relativo consenso sobre sus fines.
Muy por el contrario, en el presente se nos han caído todos los modelos de escuelas y esto requiere que realicemos un profundo análisis y reflexión que nos conduzca a la adopción de medidas profesionales y humanas para enfrentar la nueva realidad signada por profundos cambios socioculturales.
Ante ello nos preguntamos:¿Sería osado pensar que las conductas presuntamente patológicas, violentas y/o adictivas de “nuestros” alumnos son síntomas manifiestos del malestar social?O como sostiene el ensayista Urresti cuando procura explicar lo que él denomina “tribalizacion como resistencia” ,entendiendo que : “Las tribus son una reacción, conciente o no, a la progresiva juvenilización de sectores medios y altos, que no son alcanzados y aparecen desvinculados de la conflictividad social, del aumento de la pobreza, el desempleo y la exclusión. (...) Los jóvenes necesitan inclusión, pertenencia y reconocimiento, aspiran a una reducción de la incertidumbre, y topan con obstáculos crecientes y vías de promoción cada vez más estrechas o cerradas. El refugio al que pueden apelar, cuando no poseen los requisitos exigidos para corporizarse en la imagen de los herederos, es el de la defensa de ámbitos y enclaves simbólicos que ellos han creado y reconocen como propios”.---(//mayeuticaeducativa.idoneos.com/#_ftn1)
Lo precedente es más que elocuente, por ello cuando decimos malestar social nos referimos concretamente a la estructura sociocultural que estamos construyendo, en donde nuestros hijos y alumnos se encuentran con un panorama social inestable y complejo y solo atinan a replegarse en sus “raros” círculos, ininteligibles muchas veces para todos los que formamos parte del sistema formativo.
Estos chicos tienen muy pocos espacios de contención y atención y en algunas ocasiones tanto la familia como la escuela les resultan “hostiles”. Por ello, solo encuentran refugio entre sus pares adolescentes, en los cibers; chats y/o blogs o más grave aún en las adicciones. El juicio previo, evidencia una fuerte crisis intergeneracional que muy sabiamente la profesora Duschatzky plantea como ritos situacionales y practicas simbólicas, en donde según la autora, lo intergeneracional es progresivamente reemplazado por lo intrageneracional, en este contexto, tanto la escuela como los docentes perdemos cada vez más pertinencia como referentes y portadores de autoridad simbólica en manos de los pares.
Ante esto, es apropiado recordar que la escuela o el colegio, es por sobre todas las cosas una institución social, y como en toda institución convergen en ella diferentes intereses, no siempre coincidentes, y cuando se exacerban esas diferencias o cuando se desconocen, generalmente se producen situaciones de conflictos. Por ello, la escuela no puede encerrarse y tornarse rígida, por el contrario debemos ser permeables e inclusivos a estas situaciones.
Por otro lado, hay que tener presente que los conflictos, son inherentes a la condición humana, por ello es que la conflictiva situación debe ser considerada como una oportunidad. De esta manera, la comunidad educativa se otorga la oportunidad de asumir una postura crítica y de revisión de sus estructuras y accionar. Asimismo consideramos que tanto los replanteos curriculares, la elaboración de nuevas estrategias didácticas y la adopción de nuevos esquemas organizacionales permitirá a la escuela posicionarse como agente social que “incluye” y dialoga con los nuevos contextos culturales.
Solo a partir de allí, podremos desarrollar intervenciones pedagógicas y curriculares alternativas que nos permitan retomar la autoridad y significatividad social que algunos nostalgian.
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