Nos proponemos retomar un tema central de la agenda pedagógica como lo es la evaluación de los procesos de enseñanza y aprendizaje. Para ello es imprescindible que reconozcamos a priori su complejidad y el necesario compromiso de la comunidad educativa para arribar a consensos básicos que neutralicen aspectos discrecionales que aún persisten sobre la misma.
La evaluación de los procesos educativos es uno de los momentos más importantes para los involucrados. Es una de las instancias en donde queda en mayor evidencia la asimetría entre docentes y alumnos; esto se produce porque generalmente hay una lectura unidireccional de la misma, realizada por el docente respecto del desempeño alcanzado por el alumno, pero es poco frecuente que de ella se realicen miradas holisticas sobre el complejo proceso que ella implica: “La evaluación es el proceso de identificación y obtención de información –útil y descriptiva -, acerca del valor y el mérito de las metas, la planificación y el impacto de un objeto determinado, con el fin de servir de guía para la toma de decisiones, solucionar los problemas de responsabilidad y promover la comprensión de los fenómenos implicados” (1). De acuerdo a lo precedente, la evaluación es un juicio de valor que no siempre está debidamente consensuado, primero por la propia Institución Escolar, incluyendo en aquella a directivos y docentes; segundo entre docentes y alumnos. La evaluación es un proceso de valoración que tiene como principal finalidad tomar decisiones de carácter pedagógico. Para ello se vale de distintas técnicas y recursos, destacándose entre ellos a las observaciones, las exposiciones, los diálogos; coloquios y los distintos tipos de “controles” de lecturas. En el caso de la evaluación didáctica, por su complejidad, adquiere características polisémicas sosteniéndose detrás de sí una postura teórico subjetiva –ideología- que tendrá mucho que ver con la historia personal y profesional del docente. Ante esta circunstancia el educador debe procurar neutralizar al máximo valoraciones discrecionales sobre sus alumnos y para ello una adecuada solución sería referenciar la misma a los objetivos y expectativas de logro que todos los docentes planteamos en nuestros diseños áulicos. Estos deben ser el resultado de sus experiencias, de las miradas compartidas con sus colegas de áreas o departamentos, y de “evaluaciones” diagnosticas del grupo clase. Esto, aunque redundante, no es usual, plantea un desafío a soslayar que requiere de una cultura institucional que lo potencie. Por múltiples circunstancias, el trabajo cooperativo entre los docentes no es de fácil concreción y no porque el profesional docente no le reconozca importancia, sino que por la complejidad y particularidad de su tarea, la misma no siempre está debidamente concentrada en un establecimiento, o porque en éstos no se generan los espacios necesarios para su realización. Otra cuestión importante a contemplar pasa por compartir información relevante sobre el curso y los alumnos en particular, en este sentido, la dirección de estudios, el gabinete psicopedagógico, los tutores y/o preceptores deben erigirse en un foco de trabajo e intercambio informativo sobre aspectos humanos de los alumnos. Omitir en las evaluaciones estos aspectos puede redundar en fracasos “incomprensibles” sobre el desempeño de los estudiantes. Por lo precedente la evaluación es algo más que una cuestión pedagógica didáctica, por sus características e implicancias trasciende las fronteras del aula, debiéndose focalizar en su análisis a la Institución Educativa en su sentido más amplio. La evaluación de los procesos áulicos es de competencia institucional, ya que ésta no puede desentenderse de las prácticas evaluativas de sus docentes como tampoco de los resultados arrojados. La organización escolar debe abordar este tópico de manera permanente, propiciando para ello los espacios institucionales para su tratamiento, en él, se deben acordar criterios generales respecto de fundamentos, técnicas, evidencias e implicancias. Con respecto a los fundamentos se torna indispensable consensuar para que evaluamos, y como ya lo sostuvimos, siempre evaluamos para hacernos un juicio respecto del desempeño del alumno, pero también deben incluirse las estrategias docentes que se ponen en práctica. En cuanto a las técnicas, si bien cada campo disciplinar tiene su especificidad, el cuerpo docente debería arribar a consensos básicos sobre los instrumentos a utilizar para llevar adelante la evaluación, superando los estériles debates entre los partidarios de lo cuantitativo y sus “adversarios” cualitativistas. Lo más conveniente en este sentido es adoptar una diversidad metodológica que solo el docente podrá considerar como la más adecuada al contexto y desarrollo de su clase . Las evidencias son otro aspecto muy importante para trabajar en conjunto, debiéndose llegar a acuerdos sobre la cantidad y la calidad de indicios mínimos que representen de manera significativa el verdadero desempeño de los alumnos. Para ello debemos registrar y categorizar el desenvolvimiento áulico en los aspectos conceptuales, procedimentales y actitudinales. De acuerdo a lo sostenido por Cesar Coll, esta inclusión supone entre otras cosas, contemplar en nuestras prácticas un determinado tipo de formas y saberes culturales cuya importancia está fuera de toda duda. Por último, no es menos importante las implicancias que encierran los resultados del proceso evaluativo, los indicadores numéricos o conceptuales no son más que exteriorizaciones de las actitudes del “sujeto” alumno y no siempre son el fiel reflejo de sus habilidades, en algunas oportunidades representan metamensajes de distinta índole que debemos decodificar para conocer su verdadero alcance ya que están en juego aspectos personales, intelectuales y emocionales. En resumen, no subestimemos el complejo proceso evaluativo y tengamos siempre presente que evaluamos a nuestros alumnos, pero también debemos evaluar las estrategias docentes su pertinencia y eficacia.
Bibliografía de Consulta
Santos Guerra, Miguel Ángel, “ Evaluación Educativa”, Magisterio del Río de la Plata, Bs. As 1996. Camilloni, A y otros, “La evaluación de los aprendizajes en el debate didáctico contemporáneo“, Paidos 1998. Zabalza M,” Áreas, Medios y Evaluación “, Narcea Madrid 1987
Notas 1. Stufflebeam en Novedades Educativas Nº: 117. Pág.13
(*) Es profesor de ciencias jurídicas, políticas y sociales ( INSP J.V.GONZALEZ) ; Licenciado en gestión educativa (UNLa), cursando el diplomado en ciencias sociales con mención en currículo y prácticas escolares (FLACSO).